Esta semana hemos tenido dos eventos en
Sevilla, que a diferente escala y por diferentes circunstancias,
tienen un fondo parecido: ¿cómo debe ser la gestión y el uso de
los templos? Insisto, la magnitud, el objeto y el fin son muy
diferentes, pero la boda de Sergio Ramos y Pilar Rubio y el
concierto de Ainhoa Arteta en la basílica de la Macarena tiene
este trasfondo común.
A nivel general, creo que los templos deben
estar abiertos a eventos culturales. Obviamente, son lugares de
rezo, principalmente, pero no veo problema en hacer
representaciones teatrales, presentación de libros, conferencias,
conciertos... En el caso de Ainhoa Arteta la polémica que han
visto algunos ha sido el cobrar una entrada al templo. El dinero
va a ir destinado a un fin social, encima, por tanto lo considero
una buena noticia y una buena gestión en este caso. Criticar esto
parece propio de personas que no salen mucho de la ciudad y
desconocen que es algo habitual en la cristiandad. Es no haber
visitado Roma y ver que allí hay una oferta cultural amplia en los
templos (pagando en la mayoría de los casos). Es creer que el
mundo empieza y acaba en una corneta o querer ser el más populista
del mundo virtual, que también los hay.
El tema de la boda tiene condicionantes muy
diferentes, se trata de un personaje público al que le han
permitido algunas cosas que no parecen apropiadas. Cerrar la
catedral para su evento privado, no parece lógico. Cambiar la
disposición de servicios públicos municipales, como son las
calesas, tampoco parece una buena medida. En este asunto, parece
que tanto Ayuntamiento como Palacio han actuado al servicio de una
persona por el mero hecho de ser famoso y, seguramente, pagar muy
bien. Esa boda, más allá de su ámbito privado, no tiene interés
social, ni religioso ni por supuesto cultural. Para colmo, atrae a
la sociedad más casposa y repugnante del panorama mediático
español.
Como decíamos al principio, ambos hechos han
sido objeto de críticas estos días. A veces entrelazadas y
mezcladas, pero vemos que son dos actos muy diferentes. Quizás los
templos deban ampliar su oferta cultural y no estar tan cerrados
al mundo cofrade. Por otro lado, no parece una buena idea que el
arzobispo ponga la catedral al servicio del faranduleo, la
mezquindad moral y de un espectáculo que saldrá en todos los
programas "rosa" de la televisión y en ninguna agenda cultural.
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