domingo, 16 de junio de 2019

La boda y el concierto

Esta semana hemos tenido dos eventos en Sevilla, que a diferente escala y por diferentes circunstancias, tienen un fondo parecido: ¿cómo debe ser la gestión y el uso de los templos? Insisto, la magnitud, el objeto y el fin son muy diferentes, pero la boda de Sergio Ramos y Pilar Rubio y el concierto de Ainhoa Arteta en la basílica de la Macarena tiene este trasfondo común.

A nivel general, creo que los templos deben estar abiertos a eventos culturales. Obviamente, son lugares de rezo, principalmente, pero no veo problema en hacer representaciones teatrales, presentación de libros, conferencias, conciertos... En el caso de Ainhoa Arteta la polémica que han visto algunos ha sido el cobrar una entrada al templo. El dinero va a ir destinado a un fin social, encima, por tanto lo considero una buena noticia y una buena gestión en este caso. Criticar esto parece propio de personas que no salen mucho de la ciudad y desconocen que es algo habitual en la cristiandad. Es no haber visitado Roma y ver que allí hay una oferta cultural amplia en los templos (pagando en la mayoría de los casos). Es creer que el mundo empieza y acaba en una corneta o querer ser el más populista del mundo virtual, que también los hay.

El tema de la boda tiene condicionantes muy diferentes, se trata de un personaje público al que le han permitido algunas cosas que no parecen apropiadas. Cerrar la catedral para su evento privado, no parece lógico. Cambiar la disposición de servicios públicos municipales, como son las calesas, tampoco parece una buena medida. En este asunto, parece que tanto Ayuntamiento como Palacio han actuado al servicio de una persona por el mero hecho de ser famoso y, seguramente, pagar muy bien. Esa boda, más allá de su ámbito privado, no tiene interés social, ni religioso ni por supuesto cultural. Para colmo, atrae a la sociedad más casposa y repugnante del panorama mediático español. 

Como decíamos al principio, ambos hechos han sido objeto de críticas estos días. A veces entrelazadas y mezcladas, pero vemos que son dos actos muy diferentes. Quizás los templos deban ampliar su oferta cultural y no estar tan cerrados al mundo cofrade. Por otro lado, no parece una buena idea que el arzobispo ponga la catedral al servicio del faranduleo, la mezquindad moral y de un espectáculo que saldrá en todos los programas "rosa" de la televisión y en ninguna agenda cultural.

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