domingo, 19 de abril de 2020

La Semana Santa de Babel

A veces pienso ¿qué letra, que hoy sería himno universal, llevaría en la cabeza John Lennon el día que lo asesinaron? ¿Cuántos discos de Camarón no fueron escuchados? ¿Qué revolución del blues se perdió por la desaparición prematura de Janis Joplin? ¿Cómo serían las sinfonías que Mozart tenía en su privilegiado cerebro y que nunca se escribirán? ¿Cuántas horas podríamos estar delante del cuadro que Masaccio no llegó a pintar? Una biblioteca de Babel de Borges es lo que aún mascullamos, pero no de libros, sino de sentidos. 

No sonaron los golpes de palermo en calles silentes y oscuras. Ni los aporreos del diputado de cruz a la puerta del templo. No hemos oído las bambalinas al son de la marcha ni el crujir de las trabajaderas cuando los kilos pesan. No hemos escuchado ni a Tejera ni a Cigarreras. Ni el quejío en la saeta. Nos quedamos sin ver la trasera del palio que va de recogida. No tuvimos izquierdos avanzado por Reyes Católicos. No vimos al primer nazareno ni a los ciriales en la lejanía. No hubo beso de madre antes de partir a la iglesia por el camino más corto. No sentimos la cera al caer en la mano ni la fría cruz mientras apretamos el rosario. No olimos a incienso en las calles. El Lunes Santo la pituitaria nos hubiera metido el miedo en el cuerpo con el «petricor». No sonreímos viendo a nuestros pequeños corretear en la 'rampla'. No compartimos cervezas en El Rinconcillo. Las torrijas de las abuelas este año se quedaron sin saborear. Son los sentidos los que crean la Semana Santa.

Podemos imaginar cómo habría sido, pero no es lo mismo. Muchas veces sabemos qué va a pasar. Qué vamos a sentir, pero no por eso dejamos de asombrarnos. A esa capacidad de asombro con lo esperado, en esta tierra le ponemos el nombre de pellizco. Aunque sea una experiencia que se repita mil veces, jamás es igual imaginarlo que vivirlo. No es lo mismo. Otras veces pasa que hay un cambio en el guion previsto o descubrimos un momento nuevo, algo que desconocíamos. Ahí te das cuenta que la Semana Santa es un libro que se escribe cada año. El Viernes de Dolores al alba es una partitura en blanco en las manos de un genio. Hoy todavía le daríamos vueltas en nuestra cabeza a aquella 'chicotá' que nos fascinó y que alguien nos había recomendado ir a ver. A la 'revirá' que nos encontramos por casualidad cuando íbamos en busca de otra cofradía. La mirada desesperada del que implora auxilio ante las dificultades de la vida. La sonrisa tímida del pequeño que pide caramelos. El rincón que descubrimos y que a partir de ahora será cita fija. Evocaríamos el instante de la semana al que llevamos asistiendo desde nuestra infancia, pero que nos sigue dejando mudos. Reflexivos. 

¿Cómo será ver salir a la Estrella desde San Jacinto? ¿Y la Quinta Angustia con banda de música? ¿Qué sentirán los jóvenes cofrades al ver - por vez primera - a la Exaltación desde Santa Catalina? Al palio de la Virgen de la Aurora ¿cómo le sentará el sol reluciente del Domingo de Resurrección? ¿Cómo será la luz del nuevo azul del techo de la Virgen de la Merced con la Giralda de fondo? La Virgen de la Amargura restaurada ¿cómo nos miraría desde su trono de reina? Las respuestas las rescata del limbo nuestra imaginación. En 2020 hemos descubierto un nuevo sentido de la penitencia. Era necesario. Obligado. No nos quedaba otra, porque había un asunto mucho más importante. Una lucha que tenemos que ganar con el menor número de bajas en nuestros tramos. La Semana Santa volverá. Aprenderemos a saborear cada momento y hasta los nimbostratus ya no nos parecerán un enemigo tan fiero. Sí, hoy queremos fantasear con cómo habría quedado la obra maestra que el talento de Sevilla escribe cada año en el mes de Nisán, pero el pellizco, ¡ay, amigo!, no lo hemos sentido. La obra se ha disipado sin haberla esbozado siquiera. Y eso duele. Vaya que si duele.