domingo, 24 de septiembre de 2017

El dialogo de la mirada

Como tantas otras veces iba a la iglesia a rezarle a sus imágenes, esas que su madre le había presentado desde sus primeras horas de vida. Sus padres siempre le contaban la anécdota que cuando nació y salieron del hospital al primer sitio que fueron era a ver al 'Señor', antes incluso de ir a su casa. Era normal que considerara aquel templo como su casa. Esta vez era diferente, avanzaba con paso ligero, entre sollozos y secándose las lágrimas con un pañuelo que apretaba con fuerza en su mano derecha. La situación había llegado a un límite de desesperación casi inhumano.

Su madre llevaba años que estaba, pero no estaba; que la veía, pero no la reconocía la mayoría de las veces. Siempre con esos minutos de lucidez, que duraban demasiado poco comparado con la de horas que se pasaba sin reconocer a ninguno de sus familiares. Al principio habían sido despistes tontos, con el tiempo esos simples despistes pasaron a mayores y ese día incluso llegó al insulto. ¡A ella! a su niña querida. Dicen los expertos que la terrible enfermedad hace en algunos casos que el enfermo insulte con virulencia a las personas que más ha querido en su vida. Seguramente haya pocas cosas más crueles en el mundo, muy pocas. Por eso ella necesitaba ese día ir rápidamente a ver sus padres, el celestial, representado en la tierra en esa imagen, y el físico, que desde hacia algunos años estaba a su vera.

Llegó y se sentó donde siempre lo hacía, segunda banqueta de la izquierda y en el extremo más próximo al pasillo. Allí entraban turistas, devotos y curiosos de diversa índole, personas muy distintas pero unidas por ese nexo poderoso. Para nuestra protagonista sólo había tres personas allí, sus padres y ella. Estuvo un rato grande, hablando como se habla aquí a las imágenes, sin abrir la boca, simplemente fijando la mirada. Todo está dicho, ellos te entienden, ¿para qué más?. En esa mirada iba una llamada de auxilio y una solicitud de consuelo. Unas miradas que sostienen uno de los diálogos más profundos y sinceros que se pueden tener. 

Ángela salió de allí y algo más sosegada emprendió el camino de vuelta. Al llegar a su casa, los cuidadores, que estaban con su madre, le dijeron que se había tranquilizado y le habían empezado a dar la comida que ella había dejado preparada. Su madre miraba a la nada, comía el puchero, como podía estar comiendo cualquier cosa, por inercia. De repente levantó la cabeza y miró el cuadro del 'Señor' que presidía el salón y luego giró la cabeza hacia su hija. Dolores, que así se llamaba la madre de Ángela, musitó entonces "Padre, aquí tienes a mi hija, cuídamela siempre". Las mismas palabras que le habían contado que dijo en ese primer día de vida de Ángela allí ante él. Ahí es cuando estuvo segura que el que a todos entiende y a todos escucha estaría siempre con ella y su madre. 

#DiaMundialDelAlzheimer


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