domingo, 6 de mayo de 2018

Sevilla no se vende sola

En alguna ocasión he hablado de lo importante que sería crear de una vez por todas un modelo de ciudad. Dentro de ese modelo una de sus variables - no la más importante, pero sí una de las principales - es saber que tipo de turismo deseamos. Claramente la ciudad tiene una tipología de turista urbano, es una obviedad, pero dentro de eso se puede elegir que clase de turista urbano queremos recibir. Está de moda el debate sobre las despedidas de solteros/as, especialmente el sector más radical de la ciudad, el conservador, se escandaliza con ciertas imágenes. A mí que un grupo de personas tengan como diversión emborracharse vestidos con diferentes complementos sexuales no me escandalizan en absoluto, pero sí me duele que las instancias públicas y privadas de la ciudad sean perezosas en la búsqueda de otro tipo de turismo que enriquezca más a la ciudad. 

Lo primero que hay que tener claro es que para hacer una municipio atractivo para los turistas, primero lo debes hacer atractivo para los ciudadanos. Priorizar al turista respecto al ciudadano acaba creando escenas infames de masificación o descontrol (Venecia es un ejemplo de ello). Esto, que parece una simpleza, tiene una dificultad grande que Sevilla no está sabiendo entender. Entre una ciudad cerrada y una ciudad para el ciudadano hay una delgada línea. Por ejemplo Sevilla está vendiendo como oferta turística fiestas clasistas y que están cerradas casi herméticamente al turista, como es el caso de la Feria. La incongruencia esta se comete año tras año y nadie parece caer en la atrocidad estratégica. También la Semana Santa es una fiesta cerrada y de difícil disfrute para el turista, aunque menos que la Feria. 

En el complejo mundo de la geografía del turismo todo está relacionado, de un par de décadas para acá Sevilla está cometiendo el error de hacer una ciudad clónica. Se está potenciando poner las grandes franquicias que hay en casi cualquier ciudad del mundo: McDonalds, Zara, HyM, Springfield, Burguer King... casi siempre estos comercios han quitado negocios tradicionales que otorgaban una identidad propia a la ciudad. En la Semana Santa vemos claramente la defensa a ultranza que el Ayuntamiento hace de esta ciudad clónica, cuando se nos dice que la carrera oficial no puede ir por la calle Tetuán, porque hay que mirar por lo intereses de las franquicias que allí están.  En Sierpes hay otro tipo de comercios - tradicional - que más o menos da lo mismo si salen perjudicados. A este punto concreto le voy a dedicar en próximas fechas un artículo específico, porque tiene muchas más ramificaciones, pero hoy lo traigo aquí porque, como decía antes, todo está relacionado: Modelo de ciudad, turismo que queremos, identidad que adquirimos e imagen que exportamos y vendemos. Por no hablar del daño patrimonial que se le está haciendo a la ciudad, con una arquitectura vacía que no aporta nada atrayante y que sustituye a edificios singulares.

Si de verdad Sevilla no quiere ser residuo de un turismo estiércol, debe primero tomarse en serio a sí misma. Debe abrirse a los demás y dejar de ser la ciudad cerrada que es. Tendría que crear una oferta cultural amplia, transgresora y plural, de momento lo que está haciendo es cerrar teatros. Tiene que dejar de hacer grandes centros comerciales clónicos, donde te ponen la misma película/hamburguesa/pizza que en cualquier otra parte del mundo; apostar por crear espectáculos de calidad y únicos. Debería abrir los mayores y más singulares museos que tiene la ciudad: los conventos e iglesias, replantearse los dantescos horarios de sus grandes monumentos y crear una red industrial enlazada al turismo, por mucho que hoy en día se criminalice al turismo, éste no es malo, si es sostenible. Lo que no se puede llamar turismo es a un contrato de cuatro horas de camarero o una explotación laboral de una semana para uso y disfrute de una minoría de la ciudad. También si se tuviera un tejido empresarial fuerte, se podría apostar por la innovación y atraer al turismo de congresos... En resumen, cambiar totalmente la mentalidad y la política estratégica, porque la ranciedad promovida desde las élites conservadoras es lo que nos ha traído y nos seguirá trayendo este turismo de bajo coste. Sevilla no es la ciudad más bonita del mundo, ni tiene los mejores monumentos, ni es tan acogedora y sobre todo, Sevilla no se vende sola. A las pruebas me remito. 

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