domingo, 6 de noviembre de 2016

El Señor de Sevilla

Siete de la tarde, la cruz de guía de la Hermandad atraviesa el dintel con su puntualidad habitual. Los estorninos vuelven a ser el único sonido, actuando como bocinas anunciadoras que Dios va pasar en breves momentos por allí. Los hermanos avanzan igual que en la Madrugá: paso firme, sin distracciones y sin romper el cortejo, actitud aprendida en el mismo momento que juran las reglas. Saben que para ir delante del Señor la solemnidad debe ser la misma en las madrugadas de la primavera que en las noches otoñales de noviembre. Aparece Jesús del Gran Poder, ahí los estorninos ponen de manifiesto su versatilidad sonora y se convierten en el coro de la única música que acompaña al Señor, el rachear de los costaleros. Confieso que soy de los que pensaban que en esta ocasión debería haber llevado música, pero también es verdad que una vez que lo tengo enfrente da igual todo, aunque llevara la banda con la cornetería de más decibelios no la escucharía, sólo Él existiría. También le imagino siempre con túnica bordada, de cardos concretamente, pero ¿Qué más da todo eso cuando tus ojos conectan con sus ojos?

Sale Jesús del Gran Poder, el que hace llorar a los que escuchó en sus peticiones. Sale Jesús del Gran Poder, el mejor médico de los enfermos, el padre de los huérfanos, el recuerdo infantil de quien hoy zarandea el bastón producto de la emoción al verlo. Sale Jesús del Gran Poder el que hace que al fotógrafo le tiemble el pulso cuando lo tiene delante y debe apretar el botón o el videógrafo deje de mirar por la LCD durante unos segundos para ver su rostro directamente. Sale Jesús del Gran Poder el de la mirada dulce y amor infinito. Avanza con esa zancada kilométrica que hace estremecer los sentimientos hasta del más frío de los humanos. Cuando lo ves venir de lejos entre el incienso de sus acólitos no concibes estar ni en otro momento ni en otro lugar. Quedan atrás los rezos, las plegarias, las dos horas y media que la ciudad contuvo la respiración. Pasa por San Andrés y se dice una oración, sigue por el Salvador y es el único que consigue parar por unos instantes la actividad del serpentín de la Bodeguita del Salvador. Hasta Agustín, el camarero, se queda parado observándolo. Y sigue con su caminar hasta el momento que llega a la puerta del Perdón, allí se podría hacer una representación imaginaria de la fábula de Esopo, esa en la que una serpiente apresa a un lagarto. Cuando Él está, todo es Él. Repique de campanas en la Giralda, albricias de la cristiandad. Dios ya está allí. 

Fue el pasado jueves, ahora hoy nos queda la vuelta a su templo, a su casa, que es la de todo el que quiera ir durante cualquier día del año. Seguro que se volverán a vivir momentos sobrecogedores. De nuevo Sevilla y parte del extranjero saldrá a su encuentro para buscar esa mirada de consuelo. Veremos el único momento de la historia donde la magnificencia del Gran Poder será igualada con quien tiene enfrente. Será en la calle que lleva el nombre de la santa más querida y en las puertas de su convento. Si Él es Ternura, ellas no son menos Ternura, si Él es Esperanza, ellas no son menos Esperanza, si Él es Humildad, ellas no le van a la zaga, si Él es Refugio, ellas son igualmente el refugio espiritual y físico de quienes acuden buscando auxilio. Durante el recorrido habrá puntos donde el rey David se transformará en banda de música y cambiará su arpa por trompetas, tambores y platillos. Momentos únicos y quizás irrepetibles, quien sabe. Llegará el Señor a San Lorenzo después de unas jornadas donde la definición más exacta de "unción sagrada" será haberlo visto recorrer las calles de la ciudad o en el altar del Jubileo. Cada paso que da es un tratado teológico, cada encuentro visual, un Concilio.


Foto: Tomás Quifes





No hay comentarios:

Publicar un comentario