domingo, 20 de octubre de 2019

Siempre la Esperanza

La niña Julia nació rodeada de Esperanza. Hermana de la Macarena desde el día de su bautismo, porque su abuelo materno así lo quiso. El mismo día que su padre la llevaba a la calle Pureza para hacerla hermana de la Esperanza de Triana. A Julia le gusta decir que ella une las dos Sevillas, que es un Guadalquivir custodiada por las Esperanzas.

Sus Madrugadas siempre han sido especiales. De pequeña veía como su padre se vestía de nazareno y salía de casa después de cenar. Partía de aquel viejo corral trianero que tanto añora a día de hoy. Luego a la mañana, muy temprano, su madre la acercaba a la otra orilla, en la calle Parras esperaba - en la casa de su abuela - que el abuelo llegara al final de la larga fila de nazarenos. Y así era, su abuelo siempre llegaba. Cansado y entre empujones, pero con su cirio verde en una mano y en la otra la estampa que había guardado durante toda la noche para su nieta. Ésta la cogía y la besaba, luego acariciaba la mano de su abuelo. Ritual que se repitió durante 21 años, hasta que por la ley de la vida su abuelo pasó a estar aún más cerca de la virgen. 

Al pasar el palio, volvían a Triana. Era el día grande del barrio, no cabía duda. Su padre regresaba a casa después de una dura estación de penitencia, pero la cogía a ella en brazos y era su particular bálsamo de Fierabrás. Todas las dolencias y problemas desaparecían. Le daba un beso y después su padre le decía: "Durante toda la noche le he estado pidiendo a la Esperanza por ti. Para que te proteja. Ella me ha dicho que nunca te abandonará, recuérdalo siempre". A día de hoy ella sigue recordando todos y cada uno de esos besos que su padre le daba cada mañana del Viernes Santo. 

Actualmente, las Madrugás de Julia son algo distinta. Con dos niños, le toca ahora ser ella la madre que los lleva a ver al abuelo. Esta vez en Triana, pero sigue habiendo un abuelo que también llega con cirio verde, entre empujones y al que los maduros ojos se le iluminan cuando ve a los nietos a través del los agujeros de antifaz. Es la misma persona, su padre, que aquella calurosa tarde de julio le dio el mismo beso que le daba de niña y le recordó que la Esperanza nunca la abandonará. Ella salía de la consulta con el corazón encogido y con las lágrimas asomando por sus pupilas. El doctor le acaba de comunicar que tenía cáncer de mama. Al beso de su padre Julia le contestó entre sollozos "Ya lo sé, papá, yo soy un Guadalquivir protegida por las dos Esperanzas".

Esta semana Julia ha tenido su última revisión médica. El doctor le ha confirmado que "está limpia" por completo. Que ha vencido el cáncer y se ha curado del todo. Su padre la ha vuelto a abrazar y al oído le ha dicho emocionado "Te lo dije. Ella me dice que nunca te abandonará". Al salir del hospital se han ido a la cercana basílica. Luego han cruzado el río y han entrado en la capilla de los Marineros para también dar las gracias. Al llegar a su casa se ha ido a su mesita de noche. En el cajón guarda las 21 estampitas que su abuelo le dio Madrugada tras Madrugada. Es el mayor de sus tesoros y durante estos duros dos años de operaciones y quimios se ha aferrado a ellas cual rosario. Hoy las ha besado y luego ha acariciado la foto enmarcada que tiene de su abuelo vestido de nazareno. Julia sonríe ahora. 


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