El teléfono sonó. El hermano
mayor lo descolgó y al otro lado una voz dio la noticia que jamás querría haber
escuchado: "Luis ha muerto". Inmediatamente, se le vino la mirada de
la titular de su hermandad, que era la mirada de Luis, su autor.
Sevilla se viste de luto desde San Pablo hasta el Arenal. Llora la
muerte de uno de sus artistas más destacados, desde San José Obrero hasta el
Zurraque. Ni en Nervión ni en la basílica de la Trinidad entienden por qué Dios
se ha llevado tan pronto a uno de sus hijos más destacados en el noble arte de
la imaginería. Bellavista, Rochelambert o Padre Pío hoy encuentran en sus
imágenes la vía de evacuación a un día a día muy duro. Siempre he pensado que
los imagineros tienen un gran superpoder, la capacidad de generar sentimientos.
¿Cuántas plegarias reciben sus obras? ¿cuántas conversaciones? ¿cuántos
problemas y dificultades? ¿cuántas lágrimas ven cada día?
Raro es la hermandad de Sevilla a la que Luis Álvarez Duarte no ha
enriquecido con algún elemento. A buen seguro, a estas horas él - como creyente
que era - estará junto al Jesús Resucitado que tallara en las cartelas del paso
del Señor de la Salud de La Candelaria. Plañe el ángel de las andas de la
Piedad del Baratillo, se le ha ido su padre. En la antigua Fábrica de Tabacos
los ángeles mancebos alzan sus manos en recuerdo del maestro. Y el de la
trasera del Misterio de la Esperanza de Triana manda callar y señala a la banda
de las Tres Caídas para que suene <<Toque de oración>> en su honor.
En la Macarena el romano compungido no entiende otra sentencia injusta de
muerte, esta vez dictada desde el cielo.
Guadalupe y Rosario están de luto. Una era su virgen niña, la otra
su virgen más madura y con los ojos más singulares. Llora, Sevilla. Se te ha
ido un hijo de esos que te hizo rezar. Las lágrimas de sus familiares y amigos
más cercanos son también la evocación de a ciudad a quien con sus manos
consiguió llegar al amor a Jesús y María.
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