domingo, 4 de abril de 2021

La sociedad bebé (I)

14 de octubre de 2011, de repente y sin explicación racional posible, el 2% de la población mundial desaparece. Se esfuma. Personas que estaban con su bebé en el coche y del pequeño sólo queda su sillita u otras que estaban desayunando con su familia y cuando vuelven de la cocina sólo quedan sus tostadas. Se trata del comienzo de una de las mejores series que ha hecho HBO, The Leftovers. Es ficción, obviamente, pero una década después veo que existen ciertas similitudes con la realidad. "La Ascensión", como se llama a ese hecho en la serie, hace que cada persona reaccione de una manera: unos hablan de conspiración, otros crean una secta (Guilty Remnants), otros intentan seguir actuando como si nada hubiera pasado, como si aquello no hubiera sucedido, otros dicen sanar con abrazos al haber obtenido poderes sobrenaturales y la Iglesia dice que los que se esfumaron eran pecadores.  

The Leftovers es un novela escrita por Tom Perrotta, quien junto a Damon Lindelof le dieron forma de serie televisiva, pero la pandemia que estamos sufriendo actualmente es un hecho real que no ha escrito ningún guionista. Sin embargo, al igual que ocurría en la serie, este shock emocional mundial ha hecho que cada uno reaccione de una manera. Algunos han optado por la infantilización de cerrar los ojos y no afrontar la realidad. Es mucho más fácil pensar como un niño, negando el problema, que afrontarlo como un adulto y darle las soluciones racionales para que el daño sea el menor posible. No se están esfumando ni se han ido todos a la vez, pero están desapareciendo para siempre millones de personas, otros tantos están sufriendo ahora mismo la angustia de no estar seguros de si volverán a ver a sus seres queridos y otros han superado ese trance, pero les quedarán secuelas crónicas de por vida, tantos físicas como mentales. Eso está pasando, aunque la panda de aniñados de 30, 40, 50 o 60 años no lo quieran ver, porque eso es lo fácil y desde la cuna les han educado en lo cómodo. Son incapaces de hacer esfuerzos por el prójimo.

En Andalucía hay una frase que se repite mucho: "El que no llora, no mama", con eso creamos una sociedad de llorones y egoístas que sólo miran por sus intereses. La culpa de lo malo siempre es de otro, en la búsqueda de los responsables de lo bueno sí que levantan la mano rápido. Muchos adjetivan con "individual" las palabras libertad o éxito, pero si les hablas de la responsabilidad individual se enfadan, patalean como al crío que le retiras los caramelos. Las consecuencias malas de sus actos las tienen siempre otros: los políticos que no son de su cuerda, la policía, los jóvenes, los extranjeros... Ellos nunca. Los bebés lloran para mamar, porque es la única manera que tienen de comunicarse, de expresar sus angustias y necesidades. Porque su mundo son ellos nada más, no tienen la concepción de sociedad todavía, obviamente. Pero los adultos se supone que sí la tenemos. El problema viene cuando se ha creado una sociedad sin valores. Sin moral más allá que la de los intereses propios. Se premia socialmente al individualista. Pancistas que no quieren conocer la verdad, porque prefieren escuchar la mentira que les reafirme en su error. Convierten las muertes humanas en números fríos. Despojan al ser del alma sin tener en cuenta las familias destrozadas que hay detrás. Las gráficas de la covid les sirven para festejar que "sólo" se han arruinado los sueños y el futuro de 300 personas en un día, porque no hace mucho eran mil. Pero es que cuando eran mil tampoco importaba. Tráigame otro gin-tonic, camarero. 

En ese egoísmo malvado se le da más valor a la copa de vino que a una vida humana. Hiela el corazón ver como se iguala el dolor por la ausencia de pasos en la calle con el dolor de perder a millones de personas que hace poco más de un año estaban perfectamente. Y que no haya pasos en la calle jode muchísimo, pero son situaciones que están en niveles muy diferentes. En el altar del cinismo se pone a la cerveza propia como Dios de la salud mental. ¿Sabrán qué salud mental les queda a unos padres y un novio que el 25 de diciembre ven que su hija/novia, una joven de 24 años perfectamente sana y alegre, se levanta con algo de fiebre y con el sentido del olor perdido, se van al hospital y ya nunca más la ven hasta que el 13 de febrero la tienen que enterrar? ¿Sabrán qué salud mental le queda a una persona con una discapacidad mental del 70%, cuyo únicos bastones en la vida eran sus padres y estos fallecen en el plazo de dos meses? ¿Sabrán qué salud mental le queda a hermanos que pierden a otro hermano y a una madre y ni siquiera pueden darse abrazos de consuelo entre ellos? No, sociópatas, vuestros aglomeraciones en templos y, sobre todo, bares o los pasos en la calle no son salud mental, son producto de cerebros enfermizos. Señal de tener un desprecio absoluto por la vida de los demás y de una altanería chabacana. Porque cuando les toque a ellos sí entenderán que las gráficas y números no son matemáticas y estadísticas, sino que son una tragedia verdadera, real y eterna. Jamás volverán a ver un paso con esa persona con la que siempre fueron. Jamás volverán a reír en un bar con esa persona que siempre les sacaba una sonrisa. Cuando los bebés abran los ojos, no tendrán a su lado a quien siempre tuvieron. Cuando se den cuenta de eso, ahí las lágrimas sí serán dolorosas y no para mamar. Incluso habrá algunos que ni por esas. Irán al tanatorio con lágrimas de cocodrilo y a la salida se irán al bar a pedirse otra pavía. Hay que vivir, claman los que matan a diario con su actitud. Y como decían Tip y Coll, la próxima semana hablaremos del gobierno... y de cofradías.  

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