miércoles, 18 de marzo de 2020

Es por ellos

No sonarán lo vencejos en San Lorenzo ni el rachear costalero en la estrechez de Francos. No veremos a la madre de Dios en el palio juanmanuelino ni intuiremos a Dios entre flashes. No vendrá nadie desde barrios lejanos haciendo estación de penitencia. No sonará "Nuestro Padre Jesús de la Victoria" en el Porvenir ni "Amarguras" en Santa Marina. Entre naranjos de ruan no irá ningún crucificado por la calle Mateos Gago ni ningún muñidor nos anunciará la muerte más barroca. No oleremos a azahar en San Antonio Abad ni cruzaremos el puente en busca de palios con flores en las esquinas.

Es cierto, todo eso no lo vamos ni a ver, oler, escuchar o sentir en 2020. Ya lo hicimos años anteriores y lo volveremos a hacer en años venideros. Es doloroso, pero no es una tragedia, especialmente si lo comparamos con el motivo por el que la Semana Santa ha quedado suspendida. La amenaza del coronavirus es el peor enemigo que tenemos en estos momentos. Sólo actuando de manera sensata, conseguiremos vencerlo. Las hermandades han sabido sobreponerse a otras epidemias, invasiones, guerras, regímenes autoritarios... nadie duda que esta situación también la superaremos.

Nos quedamos sin Semana Santa. La tristeza es grande, pero hay que entender las situaciones excepcionales que en estos momentos nos rodean. Y creo que una inmensa mayoría de cofrades las entienden. Comprender, desde primera hora, que no es trascendente para la vida un besamanos, quinario, traslado o procesión. Que ahora lo único que importa es la salud de la población, sobre todo la de más edad. Muchas veces se dice la frase "Hermanos, para proteger al patrimonio humano de la hermandad, que es el más importante, suspendemos la estación de penitencia". Casi siempre esa frase se dice de manera demagógica. En esta ocasión sí es tal cual.

Si estamos en un hermandad, en la que sea, es porque un grupo de personas lucharon por ella, se quitaron horas de sueño y de estar con su familia para que hoy nosotros disfrutemos. Ellos son ahora los números más bajos de la corporación, los que dan el poso de la experiencia a la corporación. Tenemos que quedarnos en casa por nuestros manigueteros. El año que viene deben seguir estando al lado de nuestros titulares.

domingo, 8 de marzo de 2020

Coronavirus y cultos

Llevamos un tiempo donde parece existir sólo una noticia. El dichoso coronavirus ocupa portadas y telediarios de todo el mundo. Realmente, escuchando a la comunidad médica (que es la única que debería tener voz y voto aquí) no estamos ante una situación tan crítica como algunos venden, pero tampoco debemos relajarnos - como otros defienden - ante un virus nuevo en el ser humano que, a día de hoy, parece no tener una letalidad alta, pero que científicamente aún no se puede asegurar. Estamos tan acostumbrados a saber de todo, que ahora también sabemos de Medicina. Con lo peligroso que es eso. 

En estos días la histeria parece que se ha apoderado de la sociedad, algo que no es recomendable. Nunca la prudencia se debe canalizar a través de la psicosis. Como decía anteriormente, escuchar lo que dicen los médicos, seguir sus indicaciones y no pretender saber más que ellos parece que es lo más adecuado en estos momentos. Dicho lo cual, era evidente que el coronavirus también iba a llegar al mundo cofrade. En un mundo que ha visto suspendido uno de los carnavales más importantes del mundo (siete siglos después), grandes congresos y encuentros mundiales, competiciones ciclistas (la temporada está prácticamente parada en estos momentos), corren peligro los Juegos Olímpicos o incluso la Eurocopa de fútbol, parecía evidente que a las cofradías iba a llegar también, aunque a veces pensemos que somos una burbuja al margen de todo y de todos.

En mi opinión, los debates cofrades de estos días están mezclando varios aspectos, que aunque relacionados, no tienen nada que ver. Me explico. Hasta el momento el aspecto más visible donde unimos coronavirus y hermandades es en los besamanos y besapiés. La archidiócesis de Sevilla, al igual que otras, ha recomendado que en este culto ni se besen ni se toquen las imágenes, amén de otras serie de precauciones relacionadas con la pila bautismal o el rito de la paz en las misas. Parecen indicaciones sensatas, pero no las dejaría sólo en este tiempo que dure el efecto del covid-19, sino que las haría definitiva, sobre todo por una cuestión de higiene y salubridad en general. 

En ocasiones la capa de la tradición no nos deja ver hechos que son perjudiciales. Siempre he pensado que un besamanos y un besapiés eran actos profundamente antihigiénicos. Nadie permitiría, por ejemplo, que en un restaurante le pusieran la misma servilleta que a otra persona - ya no digo una misma servilleta para todo el restaurante - pero llega este culto y parece que un pañuelo, para las miles de personas que por él pueden pasar, es suficiente. No parece ni lógico ni razonable. Quizás aprovechando que las medidas de precaución se han puesto de moda, deberíamos evolucionar en este sentido y cambiar esta forma de rendir culto a nuestras imágenes.