No sonarán lo vencejos en San Lorenzo ni el rachear costalero en la estrechez de Francos. No veremos a la madre de Dios en el palio juanmanuelino ni intuiremos a Dios entre flashes. No vendrá nadie desde barrios lejanos haciendo estación de penitencia. No sonará "Nuestro Padre Jesús de la Victoria" en el Porvenir ni "Amarguras" en Santa Marina. Entre naranjos de ruan no irá ningún crucificado por la calle Mateos Gago ni ningún muñidor nos anunciará la muerte más barroca. No oleremos a azahar en San Antonio Abad ni cruzaremos el puente en busca de palios con flores en las esquinas.
Es cierto, todo eso no lo vamos ni a ver, oler, escuchar o sentir en 2020. Ya lo hicimos años anteriores y lo volveremos a hacer en años venideros. Es doloroso, pero no es una tragedia, especialmente si lo comparamos con el motivo por el que la Semana Santa ha quedado suspendida. La amenaza del coronavirus es el peor enemigo que tenemos en estos momentos. Sólo actuando de manera sensata, conseguiremos vencerlo. Las hermandades han sabido sobreponerse a otras epidemias, invasiones, guerras, regímenes autoritarios... nadie duda que esta situación también la superaremos.
Si estamos en un hermandad, en la que sea, es porque un grupo de personas lucharon por ella, se quitaron horas de sueño y de estar con su familia para que hoy nosotros disfrutemos. Ellos son ahora los números más bajos de la corporación, los que dan el poso de la experiencia a la corporación. Tenemos que quedarnos en casa por nuestros manigueteros. El año que viene deben seguir estando al lado de nuestros titulares.
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