Esta semana hemos conocido dos noticias tan importantes como
esperadas por muchos cofrades. Por un lado, el Cristo del Amor será sometido a
un estudio, que señalará su estado actual de conservación y la necesidad de una
restauración. Por otro lado, la Hermandad de la Amargura ha decidido restaurar
a sus tres titulares. El trasfondo de estas noticias tiene cierto
interés.
Alguna vez he hablado por aquí de la necesidad que tienen las
hermandades de profesionalizar todas sus áreas. Las hermandades no son empresas,
ni deben aspirar a serlo, pero su situación en el tejido social y económico de
la Sevilla del siglo XXI sí hace que su dimensión requiera de un cambio en
algunos hábitos tradicionales. Lo primero que destaca es que siendo decisión
similar, ambas corporaciones la toman de forma diferente. Amargura en un
cabildo general extraordinario y el Amor en un cabildo de oficiales. En ambos
casos podría darse el caso que entre los miembros que toman la decisión final
no haya ni un solo experto en la materia. ¿Es normal dejar el patrimonio de una
hermandad en manos de analfabetos en el tema? Lo que sí podemos asegurar es que
ni la mayoría de hermanos de la Amargura ni de miembros de la junta del Amor
son expertos en la materia, por lo que el riesgo de la pregunta anterior es
palpable.
A todos nos chirriaría que el Museo de Bellas Artes nos preguntara
a nosotros, como ciudadanos, si tiene o no que restaurar una de sus obras. Sin
embargo, se ve como algo normal que decidamos eso mismo en nuestra hermandad.
Es una decisión tan técnica y de tanta trascendencia, que sólo deberían tener
voz y voto los profesionales en la materia, porque de no ser así podrían oírse
declaraciones tan ridículas como las del anterior hermano mayor del Amor, que
anteponía un gusto personal al posible daño material que pudiera estar
sufriendo su titular. O aquel exhermano mayor baratillero que decía ser un
experto en restauración de estatuas de bronce, porque había limpiado plata en
su hermandad.
Desde hace unas tres décadas el nivel de restauradores en la
ciudad de Sevilla roza la perfección. Quizás personajes siniestros como
Francisco Peláez del Espino están aún en el imaginario de los cofrades y por
eso ven con miedo la opción de restaurar las imágenes, cuando en realidad, el
verdadero pavor lo deberían tener viendo como sus imágenes se degradan y
ensucian día a día, mientras que ellos están de brazos cruzados. Por ejemplo,
hoy en día los andaluces deberíamos presumir del IAPH, institución pública que
desde los años 90 tanto bueno ha hecho no sólo por el patrimonio andaluz, sino
también por el patrimonio de fuera de nuestras fronteras.
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