La niña Julia nació rodeada de Esperanza. Hermana de la Macarena
desde el día de su bautismo, porque su abuelo materno así lo quiso. El mismo
día que su padre la llevaba a la calle Pureza para hacerla hermana de la
Esperanza de Triana. A Julia le gusta decir que ella une las dos Sevillas, que
es un Guadalquivir custodiada por las Esperanzas.
Sus Madrugadas siempre han
sido especiales. De pequeña veía como su padre se vestía de nazareno y salía de
casa después de cenar. Partía de aquel viejo corral trianero que tanto añora a
día de hoy. Luego a la mañana, muy temprano, su madre la acercaba a la otra
orilla, en la calle Parras esperaba - en la casa de su abuela - que el abuelo
llegara al final de la larga fila de nazarenos. Y así era, su abuelo siempre
llegaba. Cansado y entre empujones, pero con su cirio verde en una mano y en la
otra la estampa que había guardado durante toda la noche para su nieta. Ésta la
cogía y la besaba, luego acariciaba la mano de su abuelo. Ritual que se repitió
durante 21 años, hasta que por la ley de la vida su abuelo pasó a estar aún más
cerca de la virgen.
Al pasar el palio, volvían a
Triana. Era el día grande del barrio, no cabía duda. Su padre regresaba a casa
después de una dura estación de penitencia, pero la cogía a ella en brazos y
era su particular bálsamo de Fierabrás. Todas las dolencias y problemas
desaparecían. Le daba un beso y después su padre le decía: "Durante toda
la noche le he estado pidiendo a la Esperanza por ti. Para que te proteja. Ella
me ha dicho que nunca te abandonará, recuérdalo siempre". A día de hoy
ella sigue recordando todos y cada uno de esos besos que su padre le daba cada
mañana del Viernes Santo.
Actualmente, las Madrugás de
Julia son algo distinta. Con dos niños, le toca ahora ser ella la madre que los
lleva a ver al abuelo. Esta vez en Triana, pero sigue habiendo un abuelo que
también llega con cirio verde, entre empujones y al que los maduros ojos se le
iluminan cuando ve a los nietos a través del los agujeros de antifaz. Es la
misma persona, su padre, que aquella calurosa tarde de julio le dio el mismo
beso que le daba de niña y le recordó que la Esperanza nunca la abandonará.
Ella salía de la consulta con el corazón encogido y con las lágrimas asomando
por sus pupilas. El doctor le acaba de comunicar que tenía cáncer de mama. Al
beso de su padre Julia le contestó entre sollozos "Ya lo sé, papá, yo soy
un Guadalquivir protegida por las dos Esperanzas".
Esta semana Julia ha tenido su
última revisión médica. El doctor le ha confirmado que "está limpia"
por completo. Que ha vencido el cáncer y se ha curado del todo. Su padre la ha
vuelto a abrazar y al oído le ha dicho emocionado "Te lo dije. Ella me dice
que nunca te abandonará". Al salir del hospital se han ido a la cercana
basílica. Luego han cruzado el río y han entrado en la capilla de los Marineros
para también dar las gracias. Al llegar a su casa se ha ido a su mesita de
noche. En el cajón guarda las 21 estampitas que su abuelo le dio Madrugada tras
Madrugada. Es el mayor de sus tesoros y durante estos duros dos años de
operaciones y quimios se ha aferrado a ellas cual rosario. Hoy las ha besado y
luego ha acariciado la foto enmarcada que tiene de su abuelo vestido de
nazareno. Julia sonríe ahora.
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